¡Ay, qué ganas de querer ser delgada y normal!: el deseo prohibido de una gorda antigordeodiante y anticapacitista
¡Escucha la lectura aquí!
Número de palabras: 2552
Tiempo aprox. de lectura: 15 min.
Tiempo de audio: 00:17:22 min.
Nota importante: Si usas este artículo como referencia, dale el crédito correspondiente a cada autore. No fomentes la reproducción violenta de extractivismo epistemológico ni instrumentalices la experiencia ajena.
¿Qué se sentirá estar en un lugar y que te vean sin asco o sin querer burlarse? ¿Cómo se sentirá tener un vientre plano, así como el de las chicas de la prepa o como la chica plus-size que sale en la portada de revista? ¿Qué se sentirá ser como esas chicas menuditas, a quienes tratan con tal delicadeza y ternura, que les procuran hasta el más básico de los cuidados? ¿Qué se sentirá poder entablar una conversación, así como así, sin pensar en el paso a paso de cómo hacerlo? ¿Qué se sentirá ser bonite? ¿Qué se sentirá ser apreciade con tal admiración y deseo que lo único que inspira es respeto y buen trato? ¿Qué se sentirá ser normal?
Estas han sido algunas de las preguntas que me han acompañado en mi
historia de vida. Debo decir que ya no son pensamientos que formen parte de mi
cotidianidad. Son preguntas gordeodiantes y capacitistas que, con muchísimo
trabajo, han ido desapareciendo. Cabe mencionar, querides lectores, que no me
las inventé. Las aprendí. O sea, sí tengo gordeodio internalizado, pero no es a
voluntad propia, pues.
Desde que unes niñes se burlaron de mí señalando que era un "cerdo en traje de baño", mientras se reían y producían la onomatopeya del oink-oink, y desde que una tía me dijo que parecía "mongola" por hablar lento y mecerme de atrás para adelante cuando estaba sentada, jamás hubiera pensado que mi cuerpo, mi actitud, mi SER fuera algo que provocara rechazo, asco y burla. Siempre trataban de controlar todo lo que hacía: cuánto me movía, cuánto comía, qué comía, cómo me bañaba, a qué hora me dormía, qué vestía, en fin.
Desde
que tenía como 6 años entendí que el mundo no me veía con buenos ojos, a menos
que hiciera, dijera, me comportara y obedeciera como me decían que tenía que
hacerlo. Finalmente, eso hacen las niñas buenas, ¿no?
La mirada externa de mi entorno me hacía saber todos los días que tenía
que esconder mi cuerpo y tratar de modificarlo. "Mire, Sandra, la niña
está muy gorda. Come demasiado, pues ¿qué no la cuida?" Sandra es mi ‘amá,
a la que siempre culpan por ser como soy—sí, a ella también la han violentado
mucho, de todas las maneras posibles, toda su vida, especialmente por no ser
blanca y "femenina" como la blanquita europea promedio—.
Recuerdo que a los 10 años comenzaron a salirme estrias en los brazos, en
las rodillas, en mi panza, y se me hacía la cosa más curiosa del mundo... Esos
surquillos rojizo-violetas estaban ahí, tranquilos, y les llamaba "las
rayitas de felicidad" (por su color), hasta que un día, mi cuidadora
principal las vio cuando me iba a bañar. Estando en la vulnerabilidad de la
desnudez, ante ella, me quitó la toalla y gritó angustiada y asqueada:
"¡Ay no, no, no! ¡Fulanita, ven acá! ¡Mira nomás cómo está llena de
estrías, esta niña!" Subieron dos de sus hijas para ver tal hecho
catastrófico: Samantha está gorda y ya tiene estrías (aunque siempre fui una
niñA buena y obediente).
Recuerdo haber sentido el golpe de adrenalina en el estómago y cómo se me
agolpaba en las piernas, sentir cómo se me enfriaba y tensaba el cuerpo
desnudo, mientras las orejas y la cara las sentía muy calientes y mi cuerpo
comenzaba a mecerse sin control, el cual paró con un jalón brusco y un grito
seco y autoritario: "¡TE ESTÁS EN PAZ!"
Luego, en la escuela y en la unidad habitacional donde vivía, les niñes de
ahí me decían que olía mal por estar gorda y fea; recibí golpes, empujones,
escupitajos y toda clase de humillaciones por gorda y por hablar lento como
"tontita". No nada más era gorda, sino también rarita. Y ya ni
mencionar a los "médicos" con aliento a café rancio y tabaco que me regañaban
por estar gorda y, también, decirle a mi madre, con el típico tono de machito blankkko,
que tenía que cuidarme mejor y restringirme la comida.
Así fue como comenzó mi estar y habitar este mundo con mucha incomodidad,
angustia y confusión total. No entendía cómo el existir de alguien podría
provocar esas reacciones en otres. Pronto aprendí que, si me movía, si hablaba
y hacía lo que me pedían y lo que esperaban de mí, no me regañarían y me
querrían (esa era la promesa de ser unA niñA buenA).
¡Nah! No todo fue tan culero, de vez en vez tenía momentos de mucha
alegría... Ansiosa, pero alegre; triste, pero alegre; angustiada, pero alegre;
enojada, pero alegre; miedosa, pero ¿alegre? En fin, que el sistema no me
señale de ser una pesimista compulsiva porque ¡vaya que he intentado ser feliz
y verle el lado amable a las cosas y a las personas culeras! (hasta hace un par
de años que me cansé y renuncié a la felicidad).
La verdad de las cosas es que, aunque intentaba "ser feliz"
(aún no sé qué chingados significa. ¿Ustedes saben? ¿Sí han sentido eso que
llaman felicidad?), si hubiera tenido la posibilidad de decidir sobre mi
nacimiento, hubiera hecho todo lo posible por no nacer. De hecho, creo que lo
intenté. Mi mamá me contó que se quedó dormida porque la anestesiaron toda y
que su médico y la enfermera tuvieron que subirse a su panza, presionar sobre
ella, para que yo saliera. Las dos nos quedamos dormidas. Con decirles que salí
toda moreteada porque, literalmente, me sacaron a empujones. Me sacaron a huevo.
La secundaria y la prepa no fueron tan diferentes. Viví lo que cualquiere
gorde neurodivergente ha vivido en una sociedad gordeodiante y capacitista
(bueno, normal como le dicen): canciones adaptadas haciendo burla de mi cuerpo
gordo, decirme lo tonta y floja que era, meterme el pie para que me cayera,
"¿por qué hablas así de lento? Seguramente tus papás son hermanos"?,
la famosísima apuesta del bato con sus amigos de a ver si se atrevía a andar con la gorda y rara del salón, irme a los baños durante el recreo
para poder comer tranquila (era más tolerable el olor a orines secos que las
burlas, la neta), autolesionarme, dormir todo el día (porque #diazepam que me
mandó el psiquiatra del ISSSTE), tomar menjurjes de homeópatas para bajar de
peso, hacer una dieta de 500 calorías al día para bajar de peso y verme
"decente" en mis 15 años, que los batos me dijeran "qué asco
saludar de beso a un bato gordo y troll", vestirme con ropa del departamento
de embarazadas o de hombre, "mejor no bailes, pareces un tronco", las
risas y cuchicheos de las chicas mientras me veían. (¿Cómo, eso no es normal?
¡Oh, ok!)
Para la universidad ya estaba bien entrenada, me las sabía de todas a
todas: ya sabía los protocolos de conversaciones casuales, podía memorizar
cantidades inimaginables de información para, luego, poder repetirla y que no
se me notara lo rarito, leí mucho, me adiestre en el arte de la argumentación,
me bañaba de 3 a 4 veces al día para oler bien, tenía hábitos con ciclos de 7
minutos (recuerdo bien) para alistarme y prepararme para un hermoso día, saqué
10 en casi todas mis materias, sabía otros idiomas, me volví una crac de la traducción, corrección de estilo y liderazgo corporativo.
Uy, bueno, hasta llegué a ir a fiestas, tomar alcohol y hacer como que
me gustaba. También aprendí a darle sexo oral a dudes (ellos definitivamente no
se bañaban, la mayoría). Varios me decían que era la COSA más cachonda con la
que se habían topado. Me decían cosas como "¡Sabía que las gordas como tú
son bien putas y sucias! ¡Cómetela toda!". O sea, sabía cómo gemir, cómo
mirar y cómo responder cuando su mano se aferraba en mi cabeza mientras yo
tenía su miembro metido en mi boca asfixiándome (bueno, aprendí también a
aguantar la respiración).
Aprendí a disculparme y a cumplir con mi SÍ (poco entusiasta la mayoría de las veces) cuando los batos me decían que
"¡Nada de al rato! Tengo blue balls y no me vas a dejar así,
¡pinche gorda!". Y ¡lo más genial! Era tan precavida y planeadora, que
tenía un presupuesto asignado para mis pruebas ITS y de embarazo porque a veces
se les... ¿cómo me decían? ¡Ah! que se les salía el condón porque mi vagina
gorda se lo comía o también porque, pues, se emocionaban mucho y terminaban
eyaculando en mi boca… Pero, eso sí, siempre se disculpaban.
Y, bueno, ya ni qué decir del discurso bien trabajado que le contaba a mi
ginecóloga del por qué a veces tenía infecciones. Uy, cómo olvidarla, siempre
era muy linda. Me decía: "Sam, cuídate mucho y, por favor, ya llámale a mi
nutrióloga. Mira, te va a bajar de peso en 3 meses".
(¿Cómo? ¿Eso tampoco es normal? Sí, ¿no? ¿No? ¡Oh, ok!)
Al mismo tiempo aprendí muy bien el arte de camuflajear mis
comportamientos y adaptarlos a cada contexto que se me presentara. Aprendí
muchas frases hechas para levantarle la autoestima a mis amigas talla 0 a 34
cuando "se sentían gordas". Ensayé muchas veces en el espejo la
sonrisa de gratitud cada vez que me decían lo inteligente que era a pesar de
estar "cachetoncita". (Eso sí es normal, ¿no? ¿No? ¡Oh, ok!)
A veces observaba a compañeres, maestres, familiares de mi edad o
estudiaba meticulosamente a los personajes de mis libros favoritos para generar
notas mentales de frases y lenguaje corporal y, así, imitarles y parecer lo más normal
posible. Obvio le cambiaba unas palabras aquí y allá para que no se notara que
era... rarita, y demostrar que era una chicA buenA.
Y, aun así, me seguían diciendo gorda, fea, rebelde, pedera, arrogante,
puta, necia, insegura, lencha, frígida, etc.
Bueno, bueno, bueno, ya. No nos vamos a poner pesimistas ni depresives o
como me han llegado a decir "en papel de víctima". Finalmente fui
una, ¿cómo le llaman estas feministas blankkkas progres y los psicólogos
occidentales?, ¡ah sí, "sobreviviente y resiliente"! Que no digan estos progres
liberales que no he intentado ser una persona valiente.
Mientras escribo estas líneas, no puedo dejar de pensar en todas las
veces que he deseado ser "delgada y normal", incluso hoy a mis 36
años. Antes era un deseo casi desesperado y, ahora, cuando llega a surgir, es
un pensamiento que me genera mucha culpa porque
#antigordeodianteyanticapacitista. Dentro del BoPo y antigordofobia (no
odiante, por supuesto) es uno de los pecados capitales más castigados: si lo
verbalizas, te estás victimizando y te falta amor propio; si dices que te amas
y procuras tu autocuidado con hábitos de wellness, eres una
"sobreviviente".
Mi bandita gorde y neurodivergente no me dejará mentir: estos
pensamientos que saben a deseo son comunes en una sociedad que aspira a lo
normal, lo bello y lo delgado como sinónimos de virtud, respeto, valía,
cuidados y amor. Es nuestra herida colectiva. Es un dolor aún muy punzante del
que todes sabemos pero del que no nos atrevemos a nombrar.
Ahora que me he reapropiado de mi agencia, de mi consentimiento, de mis heridas, de mis
dolores, de mi digna rabia y de mi cuerpo gordo (hasta donde me da la energía y
recursos para resistir al CIS-tema), entiendo que el deseo de ser
delgada y normal es, en realidad, el anhelo de respeto, cuidados, admiración,
validación, deseabilidad, ternura, visibilidad y todo eso que conlleva ser una
persona.
Mi cuerpo gordo, mi neurodivergencia y mi orientación sexual nunca fueron
ni serán el problema ni lo que me causó traumas complejos, sino que el
habitarme fuera de la delgadez, lo bello, lo neurotípico y lo cis-hétero fue lo que me
dio la etiqueta de NO PERSONA y, por tanto, no tener acceso a una vida libre de violencia y de derechos humanos.
Todas las personas que me violentaron, me violentan y seguirán violentando
son el resultado de un CIS-tema que adoctrina. Están llenas de miedo a NO SER
TRATADAS COMO PERSONAS, que las lleva a ser violentas y deshumanizar lo diverso. Al mismo
tiempo, cumplir ¿nuestros? deseos de delgadez, blanquitud, con
todo lo que conlleva, estamos asimilando el CIS-tema y, por tanto, nos
convertimos en reproductores activos de eso que nos ha atravesado desde pequeñes.
Desear la delgadez, la belleza y la normalidad es quizá la expresión más
trágica de derechos humanos básicos no respetados.
Y cierro con esta reflexión de Caleb Luna* en su artículo Ser gorde, morene, femme habitando la fealdad y no poder ser amade:
[...] sigo reflexionando sobre lo que significa ser feo y ser bello, y comprender mejor cómo concibo la belleza. Si ser "no bello" significa no ser o sentirse "digne de amor", y si "digne de amor" significa humanidad, ¿qué significa para quienes no somos belles? ¿Qué significa ser digne de amor en una construcción colonial del amor y la belleza, basada en la supremacía blanca y el colonialismo? En estos sistemas, ¿reivindicar la belleza es radical o es una asimilación? ¿Significa algo diferente para mi cuerpo gordo, moreno, queer, femme que para les demás? ¿Quién decide? ¿Y quiénes son los feos que estamos dejando atrás?
Traducción de cortesía al español: @lagordaincómoda1.0
Texto original en inglés: BGD Blog || Caleb Luna || @dr_chairbreaker
https://www.bgdblog.org/2014/07/fat-brown-femme-ugly-unloveable/
Texto facilitado por: @brownsuugahh || Fat Talks: Gordura, racismo y deseabilidad
Comentarios
Publicar un comentario