¡Ay, qué ganas de querer ser delgada y normal!: el deseo prohibido de una gorda antigordeodiante y anticapacitista


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Nota importante: Si usas este artículo como referencia, dale el crédito correspondiente a cada autore. No fomentes la reproducción violenta de extractivismo epistemológico ni instrumentalices la experiencia ajena.

¿Qué se sentirá estar en un lugar y que te vean sin asco o sin querer burlarse? ¿Cómo se sentirá tener un vientre plano, así como el de las chicas de la prepa o como la chica plus-size que sale en la portada de revista? ¿Qué se sentirá ser como esas chicas menuditas, a quienes tratan con tal delicadeza y ternura, que les procuran hasta el más básico de los cuidados? ¿Qué se sentirá poder entablar una conversación, así como así, sin pensar en el paso a paso de cómo hacerlo? ¿Qué se sentirá ser bonite? ¿Qué se sentirá ser apreciade con tal admiración y deseo que lo único que inspira es respeto y buen trato? ¿Qué se sentirá ser normal?

Estas han sido algunas de las preguntas que me han acompañado en mi historia de vida. Debo decir que ya no son pensamientos que formen parte de mi cotidianidad. Son preguntas gordeodiantes y capacitistas que, con muchísimo trabajo, han ido desapareciendo. Cabe mencionar, querides lectores, que no me las inventé. Las aprendí. O sea, sí tengo gordeodio internalizado, pero no es a voluntad propia, pues.

Desde que unes niñes se burlaron de mí señalando que era un "cerdo en traje de baño", mientras se reían y producían la onomatopeya del oink-oink, y desde que una tía me dijo que parecía "mongola" por hablar lento y mecerme de atrás para adelante cuando estaba sentada, jamás hubiera pensado que mi cuerpo, mi actitud, mi SER fuera algo que provocara rechazo, asco y burla. Siempre trataban de controlar todo lo que hacía: cuánto me movía, cuánto comía, qué comía, cómo me bañaba, a qué hora me dormía, qué vestía, en fin.

Desde que tenía como 6 años entendí que el mundo no me veía con buenos ojos, a menos que hiciera, dijera, me comportara y obedeciera como me decían que tenía que hacerlo. Finalmente, eso hacen las niñas buenas, ¿no?

La mirada externa de mi entorno me hacía saber todos los días que tenía que esconder mi cuerpo y tratar de modificarlo. "Mire, Sandra, la niña está muy gorda. Come demasiado, pues ¿qué no la cuida?" Sandra es mi ‘amá, a la que siempre culpan por ser como soy—sí, a ella también la han violentado mucho, de todas las maneras posibles, toda su vida, especialmente por no ser blanca y "femenina" como la blanquita europea promedio—. 

Recuerdo que a los 10 años comenzaron a salirme estrias en los brazos, en las rodillas, en mi panza, y se me hacía la cosa más curiosa del mundo... Esos surquillos rojizo-violetas estaban ahí, tranquilos, y les llamaba "las rayitas de felicidad" (por su color), hasta que un día, mi cuidadora principal las vio cuando me iba a bañar. Estando en la vulnerabilidad de la desnudez, ante ella, me quitó la toalla y gritó angustiada y asqueada: "¡Ay no, no, no! ¡Fulanita, ven acá! ¡Mira nomás cómo está llena de estrías, esta niña!" Subieron dos de sus hijas para ver tal hecho catastrófico: Samantha está gorda y ya tiene estrías (aunque siempre fui una niñA buena y obediente).

Recuerdo haber sentido el golpe de adrenalina en el estómago y cómo se me agolpaba en las piernas, sentir cómo se me enfriaba y tensaba el cuerpo desnudo, mientras las orejas y la cara las sentía muy calientes y mi cuerpo comenzaba a mecerse sin control, el cual paró con un jalón brusco y un grito seco y autoritario: "¡TE ESTÁS EN PAZ!"

Luego, en la escuela y en la unidad habitacional donde vivía, les niñes de ahí me decían que olía mal por estar gorda y fea; recibí golpes, empujones, escupitajos y toda clase de humillaciones por gorda y por hablar lento como "tontita". No nada más era gorda, sino también rarita. Y ya ni mencionar a los "médicos" con aliento a café rancio y tabaco que me regañaban por estar gorda y, también, decirle a mi madre, con el típico tono de machito blankkko, que tenía que cuidarme mejor y restringirme la comida. 

Así fue como comenzó mi estar y habitar este mundo con mucha incomodidad, angustia y confusión total. No entendía cómo el existir de alguien podría provocar esas reacciones en otres. Pronto aprendí que, si me movía, si hablaba y hacía lo que me pedían y lo que esperaban de mí, no me regañarían y me querrían (esa era la promesa de ser unA niñA buenA).

¡Nah! No todo fue tan culero, de vez en vez tenía momentos de mucha alegría... Ansiosa, pero alegre; triste, pero alegre; angustiada, pero alegre; enojada, pero alegre; miedosa, pero ¿alegre? En fin, que el sistema no me señale de ser una pesimista compulsiva porque ¡vaya que he intentado ser feliz y verle el lado amable a las cosas y a las personas culeras! (hasta hace un par de años que me cansé y renuncié a la felicidad).

La verdad de las cosas es que, aunque intentaba "ser feliz" (aún no sé qué chingados significa. ¿Ustedes saben? ¿Sí han sentido eso que llaman felicidad?), si hubiera tenido la posibilidad de decidir sobre mi nacimiento, hubiera hecho todo lo posible por no nacer. De hecho, creo que lo intenté. Mi mamá me contó que se quedó dormida porque la anestesiaron toda y que su médico y la enfermera tuvieron que subirse a su panza, presionar sobre ella, para que yo saliera. Las dos nos quedamos dormidas. Con decirles que salí toda moreteada porque, literalmente, me sacaron a empujones. Me sacaron a huevo.

La secundaria y la prepa no fueron tan diferentes. Viví lo que cualquiere gorde neurodivergente ha vivido en una sociedad gordeodiante y capacitista (bueno, normal como le dicen): canciones adaptadas haciendo burla de mi cuerpo gordo, decirme lo tonta y floja que era, meterme el pie para que me cayera, "¿por qué hablas así de lento? Seguramente tus papás son hermanos"?, la famosísima apuesta del bato con sus amigos de a ver si se atrevía a andar con la gorda y rara del salón, irme a los baños durante el recreo para poder comer tranquila (era más tolerable el olor a orines secos que las burlas, la neta), autolesionarme, dormir todo el día (porque #diazepam que me mandó el psiquiatra del ISSSTE), tomar menjurjes de homeópatas para bajar de peso, hacer una dieta de 500 calorías al día para bajar de peso y verme "decente" en mis 15 años, que los batos me dijeran "qué asco saludar de beso a un bato gordo y troll", vestirme con ropa del departamento de embarazadas o de hombre, "mejor no bailes, pareces un tronco", las risas y cuchicheos de las chicas mientras me veían. (¿Cómo, eso no es normal? ¡Oh, ok!)

Para la universidad ya estaba bien entrenada, me las sabía de todas a todas: ya sabía los protocolos de conversaciones casuales, podía memorizar cantidades inimaginables de información para, luego, poder repetirla y que no se me notara lo rarito, leí mucho, me adiestre en el arte de la argumentación, me bañaba de 3 a 4 veces al día para oler bien, tenía hábitos con ciclos de 7 minutos (recuerdo bien) para alistarme y prepararme para un hermoso día, saqué 10 en casi todas mis materias, sabía otros idiomas, me volví una crac de la traducción, corrección de estilo y liderazgo corporativo.

Uy, bueno, hasta llegué a ir a fiestas, tomar alcohol y hacer como que me gustaba. También aprendí a darle sexo oral a dudes (ellos definitivamente no se bañaban, la mayoría). Varios me decían que era la COSA más cachonda con la que se habían topado. Me decían cosas como "¡Sabía que las gordas como tú son bien putas y sucias! ¡Cómetela toda!". O sea, sabía cómo gemir, cómo mirar y cómo responder cuando su mano se aferraba en mi cabeza mientras yo tenía su miembro metido en mi boca asfixiándome (bueno, aprendí también a aguantar la respiración). 

Aprendí a disculparme y a cumplir con mi SÍ (poco entusiasta la mayoría de las veces) cuando los batos me decían que "¡Nada de al rato! Tengo blue balls y no me vas a dejar así, ¡pinche gorda!". Y ¡lo más genial! Era tan precavida y planeadora, que tenía un presupuesto asignado para mis pruebas ITS y de embarazo porque a veces se les... ¿cómo me decían? ¡Ah! que se les salía el condón porque mi vagina gorda se lo comía o también porque, pues, se emocionaban mucho y terminaban eyaculando en mi boca… Pero, eso sí, siempre se disculpaban. 

Y, bueno, ya ni qué decir del discurso bien trabajado que le contaba a mi ginecóloga del por qué a veces tenía infecciones. Uy, cómo olvidarla, siempre era muy linda. Me decía: "Sam, cuídate mucho y, por favor, ya llámale a mi nutrióloga. Mira, te va a bajar de peso en 3 meses". 

(¿Cómo? ¿Eso tampoco es normal? Sí, ¿no? ¿No? ¡Oh, ok!)

Al mismo tiempo aprendí muy bien el arte de camuflajear mis comportamientos y adaptarlos a cada contexto que se me presentara. Aprendí muchas frases hechas para levantarle la autoestima a mis amigas talla 0 a 34 cuando "se sentían gordas". Ensayé muchas veces en el espejo la sonrisa de gratitud cada vez que me decían lo inteligente que era a pesar de estar "cachetoncita". (Eso sí es normal, ¿no? ¿No? ¡Oh, ok!)

A veces observaba a compañeres, maestres, familiares de mi edad o estudiaba meticulosamente a los personajes de mis libros favoritos para generar notas mentales de frases y lenguaje corporal y, así, imitarles y parecer lo más normal posible. Obvio le cambiaba unas palabras aquí y allá para que no se notara que era... rarita, y demostrar que era una chicA buenA. 

Y, aun así, me seguían diciendo gorda, fea, rebelde, pedera, arrogante, puta, necia, insegura, lencha, frígida, etc. 

Bueno, bueno, bueno, ya. No nos vamos a poner pesimistas ni depresives o como me han llegado a decir "en papel de víctima". Finalmente fui una, ¿cómo le llaman estas feministas blankkkas progres y los psicólogos occidentales?, ¡ah sí, "sobreviviente y resiliente"! Que no digan estos progres liberales que no he intentado ser una persona valiente. 

Mientras escribo estas líneas, no puedo dejar de pensar en todas las veces que he deseado ser "delgada y normal", incluso hoy a mis 36 años. Antes era un deseo casi desesperado y, ahora, cuando llega a surgir, es un pensamiento que me genera mucha culpa porque #antigordeodianteyanticapacitista. Dentro del BoPo y antigordofobia (no odiante, por supuesto) es uno de los pecados capitales más castigados: si lo verbalizas, te estás victimizando y te falta amor propio; si dices que te amas y procuras tu autocuidado con hábitos de wellness, eres una "sobreviviente". 

Mi bandita gorde y neurodivergente no me dejará mentir: estos pensamientos que saben a deseo son comunes en una sociedad que aspira a lo normal, lo bello y lo delgado como sinónimos de virtud, respeto, valía, cuidados y amor. Es nuestra herida colectiva. Es un dolor aún muy punzante del que todes sabemos pero del que no nos atrevemos a nombrar.

Ahora que me he reapropiado de mi agencia, de mi consentimiento, de mis heridas, de mis dolores, de mi digna rabia y de mi cuerpo gordo (hasta donde me da la energía y recursos para resistir al CIS-tema), entiendo que el deseo de ser delgada y normal es, en realidad, el anhelo de respeto, cuidados, admiración, validación, deseabilidad, ternura, visibilidad y todo eso que conlleva ser una persona. 

Mi cuerpo gordo, mi neurodivergencia y mi orientación sexual nunca fueron ni serán el problema ni lo que me causó traumas complejos, sino que el habitarme fuera de la delgadez, lo bello, lo neurotípico y lo cis-hétero fue lo que me dio la etiqueta de NO PERSONA y, por tanto, no tener acceso a una vida libre de violencia y de derechos humanos.

Todas las personas que me violentaron, me violentan y seguirán violentando son el resultado de un CIS-tema que adoctrina. Están llenas de miedo a NO SER TRATADAS COMO PERSONAS, que las lleva a ser violentas y deshumanizar lo diverso. Al mismo tiempo, cumplir ¿nuestros? deseos de delgadez, blanquitud, con todo lo que conlleva, estamos asimilando el CIS-tema y, por tanto, nos convertimos en reproductores activos de eso que nos ha atravesado desde pequeñes.

Desear la delgadez, la belleza y la normalidad es quizá la expresión más trágica de derechos humanos básicos no respetados.

Y cierro con esta reflexión de Caleb Luna* en su artículo Ser gorde, morene, femme habitando la fealdad y no poder ser amade:

[...] sigo reflexionando sobre lo que significa ser feo y ser bello, y comprender mejor cómo concibo la belleza. Si ser "no bello" significa no ser o sentirse "digne de amor", y si "digne de amor" significa humanidad, ¿qué significa para quienes no somos belles? ¿Qué significa ser digne de amor en una construcción colonial del amor y la belleza, basada en la supremacía blanca y el colonialismo? En estos sistemas, ¿reivindicar la belleza es radical o es una asimilación? ¿Significa algo diferente para mi cuerpo gordo, moreno, queer, femme que para les demás? ¿Quién decide? ¿Y quiénes son los feos que estamos dejando atrás?

Traducción de cortesía al español: @lagordaincómoda1.0

Texto original en inglés: BGD Blog || Caleb Luna || @dr_chairbreaker

https://www.bgdblog.org/2014/07/fat-brown-femme-ugly-unloveable/

Texto facilitado por: @brownsuugahh || Fat Talks: Gordura, racismo y deseabilidad 

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